lunes, 23 de mayo de 2016

Beata de la inventiva, hechicera de la creación.

Felipe Galván Rodríguez


Si tuviera que designar a la pluma de mayor constancia, al hacedor más pertinaz o a la hiperactividad con menor descanso en los últimos años dentro de la narrativa editorial poblana, no tendría duda en otorgarle el nombramiento a María Eugenia Bear Sánz. Autora preferida por la editorial de la BUAP que, por su sorpresiva constancia, ha venido desarrollando una presencia creciente en lo cuantitativo que, por lo menos en varias entidades alrededor del Estado cuya capital es la Ciudad de Zaragoza, no tiene comparación. La editorial de la mayor casa de estudios poblana ha apostado por la autora ya en por lo menos dos periodos institucionales; lo cual evidencia que trasciende a autoridades porque su, valga la redundancia, trascendencia como narradora es indiscutible.
En ocasiones las circunstancias no favorecen a la fortuna, pero a mí, en el caso de esta autora, la fortuna ha externado una sonora y prolongada sonrisa por que las circunstancias de cercanía a María Eugenia Bear Sánz me han permitido seguirla casi desde sus inicios de publicaciones institucionales que, a no ser por la hasta hace pocos años, pálida, cauta o bastante discreta capacidad de distribución de la editorial poblana universitaria, ya debiera estar en latitudes alejadas del entorno original de esta propositiva creadora narrativa.
¿Por qué digo lo anterior? Por la sencilla razón de que es precisamente con propuestas como las de nuestra novelista, como una editorial puede buscar con mayor peso argumental, su inserción aumentada en el universo de distribución nacional y más allá.

María Eugenia Bear Sánz es una autora capaz de seducir a lectores locales; pero también puede hacerlo con lectores nacionales y de otras latitudes, por lo pronto, de habla hispana.
El haberla seguido cercanamente durante varias de sus producciones, amén de una satisfacción por el placer que sus propuestas me han producido, permite visualizar un panorama general sobre la novelista de quien ahora presentamos Beata hechicera.

He sido testigo de su diálogo con arquitecturas que se asientan en la historia, en la identidad, en el renacer contemporáneo del ser hoy asentado en el ayer con enorme potencial de constructor de futuros. Me ha tocado compartir, tomado de su pluma impresa, el diálogo con señoritas casaderas que esperaban la inminente llegada del príncipe azul que estaban seguras, ellas y su mamá, venía entre los zuavos o asistentes del general Lorencez. La he disfrutado corriendo entre pasadizos secretos de la historia, de los mitos y de la estructura de la prehispanidad agobiada por el peso de una iglesia que la apachurra o intenta apachurrarla con las toneladas de su construcción y la imposición del mito de la Santísima Trinidad sobre el de Quetzalcóatl, Huitzilopochtli y los Tezcatlipoca rojo y negro. Incluso la he visto novelar, por encargo y agradecimiento a un general llegado a tal, entre otras cosas, por haber sido partícipe del magnihistricidio de nuestro Emiliano. Y claro, si ha sido capaz de novelar todo lo anterior ¿cómo es posible que no hubiera novelado sobre beatas y hechiceras?
Era cuestión de tiempos. Ahora cumple con ese pendiente y, como casi siempre, lo hace con la magistratura narrativa que le ha caracterizado casi siempre.
Beata y hechicera es una propuesta narrativa de alto camino recorrido en la ruta de constantes culturales occidentales. La mitología negra de la maldad, venida del ser del averno vuelto amenaza para la humana congregación del Dios bueno, occidental y justo; tan justo que se erige en juez de conductas, de herencias y de finales de vidas por necesidad de purificación social. Fundando entonces una ideología de vigilancia, persecución y castigo; acciones que sustentaron el oficio de quienes bajo el supuesto mandato divino se encargaron de normar conductas, detener amenazas y calificar genéticas… porque la genética tiene asiento, o puede tener asiento, en el fenotipo que el mundo mira.
Cuando dice:
La belleza desbordada sólo podía haber sido urdida por el enemigo de las almas cristianas que habita, según sabían, pero nadie admitía, en la cueva de Las Brujas.
¿Quién califica la belleza decidiendo cuál es, no solo tal belleza, desbordante desde su punto de vista? Pues alguien para quien solo la belleza desbordante es obra del enemigo de las almas cristianas, que es calificado de enemigo de las almas cristianas por, tal vez, el criterio del mismo calificador de la belleza desbordante, ese que todos saben que habita en algún maligno lugar, aunque no admiten que ahí habita.
Ahí está el calificativo inherente a la acción. Porque ese juicio o la premeditación del juicio es la puerta de entrada para el largo proceso de la elección de culpable o culpables de lessa tranquilidad, de alterar la paz de las buenas costumbres, de ubicarse como almas diferentes que requieren de la purificación social. La institución inquisitorial ejerce su trabajo a los llamados, señalamientos o intereses del pueblo, de una porción de este o de los intereses de algún poderoso miembro de la comunidad.
Por supuesto el señalamiento puede ocultar turbios intereses económicos y/o de poder político, moral o ideológico; pero también se adereza con un enorme grado de ignorancia basada en problemas de fe, o mejor dicho, de obediencia ciega a una hegemonía de pensamiento que contundentemente indica, señala y empuja a conductas sociales de segregación con consecuencias que, incluso, pueden ser mortales para el o los señalado o señalados.
Afortunadamente la naturaleza humana es rica, amén de la fortuna o el infortunio de circunstancias en las que el ser humano se desarrolla. Y hete aquí que la migración es una posibilidad por la que se puede cambiar de pueblo en la misma región gallega, de país en la misma Europa o de continente, yendo al llamado nuevo mundo con las características medievales del viejo mundo, globalizando con el transporte ideologías que se hacen prácticas y costumbres que pueden asumirse en locaciones novedosas.
Tenemos entonces señalamientos diabólicos, actitudes inquisitoriales, herencias de ignorancias, genética de imitación, transterraciones y criterios medievales en pleno siglo XXI. Estas y otras circunstancias que el primer acercamiento a Beata y hechicera me permiten, la hacen ampliamente recomendable para su lectura. Pero los ingredientes no son todo lo que el texto propone. Todo el corpus es un condimento de platillo fuerte para sensibilidades degustativas. De ahí el que no deje de llamar la atención el juego denotativo del título y la actividad de quien lo prepara para nuestro consumo que enriquecerá o no nuestro horizonte, dependiendo del sazonado que el propositor le haya aplicado en relación directa con nuestra acepción. Es en este punto en que la autora María Eugenia Bear Sánz realiza su platillo para banquete titulado Bruja y hechicera, como una auténtica bruja que elige y una hechicera que transforma eligiendo con sensibilidad, mezclando con justeza, templando con sensibilidad y dosificando las presiones con la exactitud de la natural sabiduría que todo sazonador de producto artístico literario requiere para que el segundo creador, aquel que nuestro Umberto Eco denominara Lector in fabula, realice su trabajo, complete el acto creativo con sus ojos, su mente, experiencia y sensibilidad.
Ese es el punto exacto que la bruja María Eugenia deja en este texto, para que disfrutemos de él recreándolo con nuestra poca o mucha sensibilidad abierta para receptar, recibir, asumir lo que la hechicera nos deja como manzana envenenada dispuesta a meternos al sueño de varios siglos de antigüedad, que llegan a este ahora que leemos a la bruja-hechicera Bear Sánz, en una historia que es de sus antepasados pero que, no nos puede engañar, es arte de su capacidad para provocarnos el sueño de vivir muchas vidas de ese su ayer que es de ellos, de ustedes, de nosotros, de ella y él, tuyo y, confieso sin ambages, mío por los siglos de los siglos brujiles y hechiceros… amén.

¡Los nahuales nos perdonen!

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